Saltar al contenido

styx

  • Blog sin órganos
  • Posts
  • Acerca de

La maldición del sol: El materialismo libidinal como la composición del universo

Publicada el 2025/06/28 - 2025/06/28 por styx

>Apropiado y traducido de Social Ecologies: The Curse of the Sun: Libidinal Materialism as the Composition of the Universe
> Todos los números de página refieren a Sed de Aniquilación, Materia Oscura, 2021.

 

…la filosofía es una máquina que transforma el horizonte de pensamiento en excitación, un generador.

– Nick Land, Sed de aniquilación

Nick Land, así como Nietzche, Bataille y Cioran tiene ese poder aforístico que nos hace volver aquí y allá sobre sus oscuras disquisiciones y divagaciones en los mundos nocturnos entre el deseo y la muerte. Me he preguntado muchas veces por qué algunos escritores me fuerzan a releerlos una y otra y otra vez; y por qué con cada nueva lectura descubro fragmentos y detalles de algo que me perdí, o que no había dado cuenta en la última serie de anotaciones. Porque, sí, estos son escritores por los que tomamos notas, anotamos ciertas frases aforísticas que de repente despiertan nuestra propia máquina, nuestra mente, excitando y provocando otros pensamientos. Parece haber, bajo las capas o escamas oscuras de su pensamiento, una energética, una teoría de composición que busca su morada en los cruces entre el erotismo, la muerte, y los infinitos senderos del deseo. La vida es un hijo del sol, y su maldición; vagar en un laberinto sin salida, atado a una máquina infernal del deseo que busca solo formas cada vez más poderosas de esquivar el fatal Minotauro de la inexistencia.

Como un paria y filósofo marginado, Land en su libro y sus varios ensayos, empujó los límites de la mente como algún Rimbaud del último pensamiento. No hace falta volver a esa historia de nuevo. Hay ya demasiadas lecturas superficiales de sus avances y colapsos físicos y mentales hacia la vastación y el vacío que están (mal)interpretadas. El hecho de que haya regresado, no como su antiguo yo, sino como un agente gnómico proclamando sus provocaciones culturales a una mentalidad reaccionaria específica, es solo otro distanciamiento enmascarado de su salvajismo anterior.

Como nos recordará, de Bataille, “la sed de aniquilación es la misma que la del sol” (75). Sin embargo, no es un “deseo dirigido por el hombre hacia el sol, sino la trayectoria solar misma, el sol como sujeto inconsciente de la historia terrestre” (75). Esta noción de que la historia de la tierra está guiada por una historia secreta del sol, sus proclividades oscuras y mitologías guiando la patología de la civilización humana y de las formas inhumanas que nos acechan. ¿No es esta la verdad que parecemos temer? Parecemos escondemos de la muerte blanca de su cegadora máscara de oro, el ojo de la muerte que nos convertiría en cenizas si no estuviéramos protegidos por los iones que giran en el océano de nuestra atmósfera. Que los antiguos que sacrificaban al sol, quienes con cuchillos de obsidiana o hueso sacaban los corazones vivos de sus víctimas de sus pechos y los sostenían al sol como al gran esplendor y soberanía celestial. Esa sangre, y sola sangre; la violencia de la muerte podía mantener este gran poder moviéndose en los cielos, este horno de vida, este motor de toda creación: ¿No estaba esto en el corazón de toda religión antigua? ¿La vida humana consumida en el horno del sol? ¿No es toda economía una economía del Sol? Como nos dirá Land:

El exceso o el excedente precede siempre a la producción, al trabajo, a la seriedad, al intercambio y a la falta. La tarea primordial de la vida no es producir o sobrevivir, sino consumir las desbordadas concentraciones de riquezas -de energía- que se vierten sobre ella. (76)

La noción de que toda la vida orgánica en la Tierra es parte de una vasta máquina de consumo, una boca viviente. ¿No es esta la verdad de ello? Y, ¿qué estamos consumiendo? ¿No es el propio exceso del Sol viviente? ¿No estamos alimentados por el sol y su vida excesiva? A veces pienso en aquellos mitologizadores del siglo XIX que intentaron entender las antiguas prácticas religiosas bajo los auspicios de las mitologías solares; o, como Land lo expresará, “no hay diferencia entre el deseo y el sol: la sexualidad no es psicológica sino cosmo-ilógica.” (82) Land aniquilará al fisicalismo de la ciencia (o pensamiento filosófico) a través de la luz del sol y desde sus cenizas – como un nuevo fénix, el ‘materialismo libidinal’ nacerá: una teoría del deseo incondicional (no teleológico), que definió satíricamente como “una marca de quemadura del diagnóstico expositivo del prejuicio fisicalista” (83).

El fisicalismo estaba ligado a la teología, al Uno. Era un dualismo, habiendo formulado la materia como muerta y pasiva y la mente como algo distinto a esta sustancia. Ya estaba atrapado en su propia trampa, ligado a falsas suposiciones antes siquiera de empezar a explicar el universo de su locura racional. Después de una investigación exhaustiva de la termodinámica, entropía, neguentropía y las matemáticas y hallazgos de Boltzmann, reorientará su comprensión de la “materia libidinal”, diciendo:

“La materia libidinal es aquella que resiste una relación de trascendencia recíproca contra el tiempo, y se aparta de la rigurosa pasividad de la sustancia física sin recurrir a la conceptualidad dualista, idealista o teísta. Implica un proceso de mutación (…) seguiré a Schopenhauer, Nietzsche y Freud, al denominarlo provisionalmente “pulsión” (Trieb). La pulsión es aquello que explica, en lugar de presuponer, la pareja causa/efecto de la física clásica… las pulsiones son la dinámica irruptiva de la materia antes de la ley natural.” (88)

En su teoría, Land se mueve hacia una filosofía no intencional, una que “no consiste en una transformación de teorías intencionales del deseo, del deseo entendido como falta, como trascendencia, como dialéctica” (88). Así, en contra de Hegel, Marx y su descendencia, Land ofrece otro materialismo libidinal. Uno debe recurrir a la termodinámica y la ‘energía’ para obtener una visión alternativa del materialismo. Dos mil años de errores metafísicos son derrocados y nuevos tropos reorganizan nuestras relaciones con la ciencia y la filosofía: Azar, Tendencia, Energía e Información. Él ofrecerá un nuevo cosmos cosmográfico:

“El termoespasmo es la realidad como caos concentrado. Es de donde todos venimos. La pulsión de muerte es el anhelo de regresar allí (“eso” en sí mismo), del mismo modo que un salmón remonta río arriba para morir en su origen. (…) La vida es capaz de desviarse de la muerte sólo porque también la propaga, y la propagación del desorden es siempre más exitosa que su desviación.” (89-90)

El universo es un sistema abierto, en lugar de cerrado: “No hay sistemas cerrados, ni códigos estables, ni orígenes recuperables. Sólo existe la onda de choque tecnoespásmica, el flujo de energía tendencial, la degradación de la energía. Una factura de información –de intensidad- llevada corriente abajo” (90). Sin embargo, en contra de Boltzmann, quien construyó sus nociones de termodinámica dentro de una ontología, el materialismo libidinal se sitúa en el caos fuera de cualquier pensamiento del Ser. Lo que Land ofrece es una teoría procesual basada en la composición, una en la que el Ser es un efecto de la composición del caos en lugar de alguna sustancia estática: “el efecto de “ser” se deriva del proceso”. (90)

De Nietzsche, demarcará una energética libidinal general: 1) un cuestionamiento de los fundamentos matemáticos de la ciencia como igual, equivalente o idéntico, como esencializantes; 2) la figura del eterno retorno como motor libidinal productor de energética; y, 3) una teoría general de jerarquías, de orden como orden jerárquico (composición). El idealismo y el fisicalismo colapsan, la filosofía trascendental desde Kant hasta ahora es decapitada; terminada; y, finalmente, 4) un diagnóstico del nihilismo, de la hipérbole del deseo (el punto terminal de la humanidad en null o Dios).

Land admitirá a Freud en el nuevo mundo filosófico del materialismo libidinal: él, también, es un energetista: “no concibe el deseo como falta, representación o intención, sino como flujo energético disipativo, inhibido por el aparato de represión y canalización del proceso secundario.” (92) Sin embargo, Freud, aunque reconociendo la verdad de las pulsiones, fortalecerá la antigua metafísica del yo y el principio de realidad contra su fuerza, yendo en contra de la misma verdad de la presión de las pulsiones como modulación del yo, no como agente intencional, sino como punto de control temporal para las pulsiones en sus fluctuaciones y composiciones interminables. Land descubrirá en Freud otro mitólogo solar, uno que se encuentra en Más allá del principio del placer, donde descubre la vida como un laberinto en compleja huida de la muerte o el cero null, un peregrinar interminable en el laberinto del tiempo contra la muerte: “una nómada del laberinto” (94). Luego Land pregunta: ‘¿Cuál es la fuente de las «influencias externas decisivas» que impulsan los laberintos de la vida, si no es el sol?’

La vida no es un accidente como algunos sugieren, sino más bien la maldición del sol. Land es nuestro Lucrecio posmoderno que nos enseña que la muerte no es algo que temer, la muerte es simplemente la forma que toma la vida en sus laberintos y composiciones infinitas bajo la mirada del ojo apolíneo del Sol. ‘Al enfrentarnos al absoluto que supone nuestra inevitable extinción, nos sentimos valientes, orgullosos de nosotros mismos, nos permitimos un poco de indulgencia, desmayándonos en las delicias de la morbosidad. (…) A lo largo de los eones, nuestra masa de hidrocarburo goza de un verdadero harén de almas”. El deseo continúa su búsqueda del sol. O, como lo dice aquel chamán de las Tierras del Atardecer:

Tremendo y deslumbrante lo rápido que el aurora me mataría,
si no llevase ahora y siempre otra aurora dentro de mí.

Mi voz llega hasta donde mis ojos no alcanzan,
y con el giro de mi lengua lanzo mundos y nebulosas de mundos.

– Walt Whitman, Canción de mí mismo

El secreto del laberinto está en sus “escalas” – como la materia oscura y la energía oscura que estructuran y energizan la materia visible que vemos en el universo, las pulsiones en ese mar caótico producen el verdadero universo de luz, soles y galaxias que nos rodean. Componiendo, descomponiendo y recomponiendo la materia en un juego infinito sin propósito ni meta teleológica. No hay un todo, una totalidad, no hay nada más que el laberinto y el proceso, idas, venidas y retornos, infinitamente, hasta arriba, hasta abajo, y en todas direcciones.

Land nos recordará que para Bataille, los mundos naturales y culturales que envuelven la tierra no son más que la evolución de la muerte. ¿Por qué? Porque “sólo en la muerte, la vida se convierte en un eco del sol, al dar cuenta de su destino inevitable: la pura pérdida». (106) Añadirá que un discurso materialista así, está libre de ese sujeto intencional, estropeando todo discurso idealista, y ofreciendo una comprensión no metafísica y no intencional de la economía como pura poesía, en lugar de saqueos filosóficos tanto del dualismo de Descartes como de los modos dialécticos de pensamiento de Marx. En cambio, como afirmará Bataille, la poesía es un «holocausto de palabras». (106)

In fact bourgeois culture is not an expression of capitalism, it is its antithesis: capitalism is anti-culture (56). In the older feudalism of the aristocracy and Catholicism the notion of “expenditure” and pure loss were central, in the new modern economies cannot accept the need for expenditure or even admit that overproduction is an issue or problem. Instead of waste and excess, sacrifice and pot-latch festivals of total expenditure we get endless cycles of overproduction, deflation, and depression.

De hecho, la cultura burguesa no es una expresión del capitalismo, es su antítesis: el capitalismo es anti-cultura. (106) En el antiguo feudalismo de la aristocracia y el catolicismo, la noción de «gasto» y pura pérdida eran centrales; en las nuevas economías modernas, no se puede aceptar la necesidad de gasto o incluso admitir que la sobreproducción es un problema. En lugar de desperdicio y exceso, sacrificio y festivales potlatch de gasto total, obtenemos ciclos interminables de sobreproducción, deflación y depresión.

Uno recuerda a aquellos antropólogos que estudiaron la noción de potlatch:

«En el potlatch, el anfitrión de hecho desafiaba a un jefe invitado a superarlo en su ‘poder’ para regalar o destruir bienes. Si el invitado no devolvía el 100 por ciento de los regalos recibidos y no destruía aún más riqueza en una hoguera más grande y mejor, él y su pueblo perdían prestigio y así su ‘poder’ se veía disminuido».[1]

Como Earnest Becker en su obra Escape from Evil nos recordará, «el hombre primitivo creó un excedente económico más allá de la necesidad humana básica, de tal manera que tenía algo que dar a los dioses; el dar excedente era una ofrenda a los dioses que controlaban toda la economía de la naturaleza en primer lugar»[2], de tal modo, se necesitaba dar para mantener el flujo de poder, el circuito cosmológico de poder del sol a la tierra y de vuelta, en movimiento, permitiendo que la obligación y la expiación canalizaran sus fuerzas de riquezas acumuladas en lugar de acapararlas. En el potlatch, cuando todos los bienes de una comunidad y de un jefe eran destruidos y aniquilados, era para abrir el poder de los dioses y del sol a toda la comunidad: «el flujo eterno de poder en el amplio río de la vida era generado por el gasto más grande posible; el hombre quería que ese río fluyera lo más abundantemente posible».

En nuestro tiempo, la Guerra es el festín de potlatch de las naciones, la forma en que las naciones sacrifican a los dioses de la vida y gastan su generosidad y gloria al antiguo sol y a la muerte. Como dice Paul Virilio en Pure War al hablar de las atrocidades de Pol Pot: “Si hubieran dejado actuar a Pol Pot como él veía adecuado, no habría quedado nadie. Camboya es el modelo a escala del Estado suicida que ya no reúne a poblaciones para explotar territorios, sino que los disuelve infinitamente”, y permite el festival de una interminable aniquilación de gasto.

En nuestro tiempo, la filantropía y otras “redistribuciones de riqueza”, por así decirlo, hacia la comunidad se han convertido en parodias y ejemplos de la verdad olvidada de aquellos antiguos potlatches. Incluso en el último intento democrático de redistribuir la riqueza a quienes la necesitan, es una parodia. Hemos perdido la verdad de dar, de gastar, o del puro desperdicio de bienes para los dioses y el sol. Vivimos ahora en ese laberinto sin salida donde no existe gasto ni desperdicio, solo los ciclos interminables de repetición y depresión económica. Las riquezas del mundo continúan acumulándose en manos de unos pocos que nunca las devolverán a la comunidad o al sol. Sin embargo, a medida que la deuda y la culpa de esto se acumulan, ya están viniendo, también, los días de la tierra y el sol.

Como nos dirá Land, “la movilidad propia del laberinto – la verdadera liquidación o movimiento cósmico – no se ve confinada por las escalas, sino que encuentra un eje de facilitación que pasa de una a otra, un “deslizamiento” (glissement), cuya consecuencia total es una dispersión ilimitada a través de los estratos: comunicación a través de la muerte” (285). Harold Bloom, en un libro sobre El Laberinto, nos dirá que la antigua identidad de la retórica, la psicología y la cosmología se preserva en la configuración de la literatura imaginativa “como un laberinto respirando y movéndose”[3]. James Joyce una vez dijo que “la historia es una pesadilla de la que estoy tratando de despertar”, y Finnegan’s Wake es un laberinto figurativo en el que tanto los laberintos seculares como los sagrados se repiten en un caleidoscopio móvil de juegos de palabras en el que el lector está condenado a vagar entre mares. Pero, por otro lado, quizás la verdad sea que el laberinto viviente no quiere que escapes, que en realidad te adormece para que deambules por sus oscuros corredores para siempre con la esperanza de que nunca descubras la salida; porque encontrar la salida no es descubrir ni el escape ni la libertad, sino la culminación definitiva: la muerte.

Land nos dejará un último oscurecimiento sublime, un saber filosófico (kairós-suceso) o gnosis (no Gnosticismo, sino un saber que es a la vez una corrupción y una degradación de todo lo que hemos sido o seremos):

La poesía es este deslizamiento que se quiebra al final de la poesía, borrado en un desierto tan «hermoso como la muerte». No es una cuestión de afirmación, logro o ganancia, sino una catástrofe sin mitigación que convierte todo lo demás en pobreza y encarcelamiento.

[1] Dorothy O. Johansen, Empire of the Columbia: A History of the Pacific Northwest, 2nd ed., (New York: Harper & Row, 1967), pp. 7–8.

[2] Escape from Evil. Ernest Becker. (Free Press, 1975)

[3] The Labyrinth. Harold Bloom. (InfoBase, 2009)

Etiquetado como Materialismo Libidinal, Nick Land

Navegación de entradas

Nick Land y el aceleracionismo: materialismo bajo, guerra y muerte
Funciona gracias a WordPress | Tema: micro, desarrollado por DevriX.